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Los Materialismos y los Críticos

martes, 26 de mayo de 2009




Nuestra forma de hacer academia crítica, lejos está de ser una simple negación panfletaria de ciertas condiciones sociales que moralmente rechazamos, lo que debemos desplegar es una completa lucha en contra de la metafísica que vuelve naturales resultados históricos. Comprender las propuestas teóricas como producto del movimiento real, y no como conocimientos abstractos verdaderos en sí, como un alcance de la verdad, un llegar a lo sustancial, en contraposición a una falsa forma de interpretación social, nos lleva a considerar su "verdad” práctica, lo que dan como resultado, a quién sirve y en qué sirve. La cuestión es, superando la verdad y la falsedad teórica, considerar el porqué de la existencia de semejante propuesta académica, y que se hace con ella: el porqué del planteamiento de un autor, qué lo ha hecho llegar a dicha concepción, y cuál es su aplicación, qué se hace con el engendro plasmado en sus libros. La verdad, no como una cuestión teórica, sino como una cuestión de práctica: esa es la cuestión. Y finalmente, ver los intereses que mueven la sangre de un planteamiento teórico vivo, no estático ni revelado por parte del científico, cual profeta, y de ningún modo un descubrimiento sustancial de esa realidad material que observamos a distancia. Lo importante será, en este caso, considerar por qué ciertos materialismos en la antropología y arqueología llegan a ciertas propuestas teóricas y metodológicas, y qué significa en la realidad, en la práctica de los equipos científicos, ver a quién sirven. La palabra desenmascarar es diplomáticamente correcta.
En cuanto a nosotros, los críticos, debemos saber de nuestros padres e hijos, de nuestros orígenes y resultados, debemos ser capaces de aplicar la crítica a nuestras propias mascaras ideológicas. A quién respondemos, a quién servimos, de qué tradición nos hemos nutrido.
Esto no nos lleva a negar la existencia de un discurso científico y de una tecnología, de conocimientos sobre aspectos de la realidad -nuestra realidad socialmente construida- y formas de utilizarlos, ni tampoco nos lleva a quitarle importancia ¡Qué más importante que saber cómo conseguir nuestros fines! Porque, indudablemente, debemos desarrollar medios, ya que, de la misma forma que el conocimiento no cae del cielo, nuestros problemas no estarán resueltos al despertar de un acogedor sueño.
El antropólogo norteamericano Marvin Harris, uno de los varios materialistas, recitó acalorado: "Si lo que importa es cambiar el mundo, y no interpretarlo, el sociólogo marxista no deberá vacilar en falsificar los datos para hacerlos más útiles [...] Parece entonces que el filósofo marxista ha de gozar del permiso de alterar sus datos del modo que más útiles resulte para ayudar a cambiar el mundo, sin más limitaciones que las que en tiempos de guerra se suelen imponer a la propaganda".
Es interesante ver como Marvin Harris hace de la posición política una cuestión teórica, y no la teoría una cuestión de práctica, o sea, de política. El sociólogo francés Pierre Bourdieu planteó que la relación entre el científico y su objeto de estudio nunca es de puro conocimiento. El adversario norteamericano de Marvin Harris, el antropólgo Franz Boas, vio a la ciencia como una herramienta al servicio de la humanidad ¿Pero existe sólo una humanidad? ¿Existe una única cultura? ¿Qué son las clases sociales, las etnias, las diferencias en la opción sexual? Platón, sin mucha necesidad de la ciencia moderna proclamó: "Ahora considera este vicio, el más grave de todos [...] La libertad que se deja cada uno para vender sus bienes o adquirir ajenos. En las oligarquías no se piensa en impedir este desorden. Si así fuera, no tendrían los unos riquezas excesivas y los otros verse reducidos a la miseria...", finalizando el método de la mayéutica con que se “forman dos polís, y en pugna, una de ricos y otra de pobres”. ¿Existe un puro servicio a una pura humanidad? En fin, la realidad está en permanente cambio, y tanto una postura conservadora como una revolucionaria, de una u otra manera, desembocan en buscar enfrentar la realidad que fluye al servicio de ciertos intereses. Cuando Karl Marx recitó "de lo que se trata es cambiar el mundo", un planteamiento cargado de posibilidades, de intereses y orientaciones, nunca dijo que para cambiar el mundo fuera necesario cambiar algunos datos de algún simplón estudio; por lo demás, no creo que publicar un trabajo mal hecho desde la antropología pueda moverle mucho el suelo a la sociedad. Podríamos acotar el tema con un hecho que Vladimir Lenin expresa con síntesis y claridad: “En una sociedad erigida sobre la lucha de clases no puede haber una ciencia social imparcial”.
Finalmente: ¿Es que no necesitamos de la mejor herramienta administrativa para organizar y conseguir nuestros fines? ¿Es que no necesitamos del conocimiento más avanzado en el arte de
la guerra para cambiar las correlaciones de poder? ¿Es que no necesitamos de los más profundos conocimientos sobre la humanidad, construida por la humanidad misma, para erigir una sociedad basadaza en sus propias condiciones en su conjunto? ¿Es que no es el conocimiento de la historia, de la posibilidad de cambio, de la enajenación de nuestro trabajo lo que nos impulsa valientemente?
En esta línea se reproduce un fragmento de Cuadernos de la Carcel de Gramsci, como herramienta para el Curso de Materialismo Cultural en la Antropología Social, dictado por el antropólogo Andrés Aedo, en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.



David Álvarez




30- La "materia". ¿Qué entiende por "materia" el Ensayo popular?* En un ensayo popular, con mayor razón que en un libro para doctos, y especialmente en éste que pretende ser el primer trabajo del género, es preciso definir con exactitud, no sólo los conceptos fundamentales, sino toda la terminología, para evitar las causas de error ocasionadas por las acepciones populares y vulgares de las palabras científicas. Es evidente que para la filosofía de la praxis la "materia" no debe ser entendida con el significado que resulta de las ciencias naturales (física, química, mecánica, etc., y estos significados han de ser registrados y estudiados en su desarrollo histórico), ni en los resultados que derivan de las diversas metafísicas materialistas. Se consideran las diversas propiedades (químicas, mecánicas, etc.) de la materia, que en su conjunto constituyen la materia misma (a menos que se recaiga en una concepción como la del noúmeno [objeto del conocimiento racional] kantiano), pero sólo en cuanto devienen "elemento económico" productivo. La materia, por lo tanto, no debe ser considerada en sí, sino como social e históricamente organizada por la producción, y la ciencia natural, por lo tanto, como siendo esencialmente una categoría histórica, una relación humana. ¿El conjunto de las propiedades de cada tipo de material ha sido siempre el mismo? La historia de las ciencias técnicas demuestra que no. ¿Durante cuánto tiempo no se prestó atención a la fuerza mecánica del vapor? ¿Y puede decirse que tal fuerza mecánica existía antes de ser utilizada por las máquinas humanas? Entonces, ¿en qué sentido y hasta qué punto es verdad que la naturaleza no da lugar a descubrimientos e invenciones de fuerzas preexistentes, de cualidades preexistentes de la materia, sino sólo a "creaciones" estrechamente vinculadas a los intereses de la sociedad, al desarrollo y a las ulteriores necesidades de desarrollo de las fuerzas productivas? Y el concepto idealista de que la naturaleza no es sino la categoría económica, ¿no podría, depurado de las superestructuras especulativas, ser reducido a términos de la filosofía de la praxis y demostrado como históricamente ligado a ésta y como desarrollo de la misma? En realidad, la filosofía de la praxis no estudia una máquina para conocer y establecer la estructura atómica del material, las propiedades físicoquímico-mecánicas de sus componentes naturales (objeto de estudio de las ciencias exactas y de la tecnología), sino en cuanto, es un momento de las fuerzas materiales de producción, en cuanto es objeto de determinadas fuerzas sociales, en cuanto expresa una relación social, y ésta corresponde a un determinado período histórico. El conjunto de las fuerzas materiales de producción es el elemento menos variable del desarrollo histórico; siempre puede ser verificado y medido con exactitud matemática y puede dar lugar, por lo tanto, a observaciones y criterios de carácter experimental y, por ende, a la reconstrucción de un robusto esqueleto del devenir histórico. La variabilidad del conjunto de las fuerzas materiales de producción es también mensurable, y se puede establecer con cierta precisión cuándo su desarrollo se convierte de cuantitativo en cualitativo. El conjunto de las fuerzas materiales de producción es simultáneamente una cristalización de toda la historia pasada y la base de la historia presente y futura, un documento y al mismo tiempo una fuerza activa actual de propulsión.
Pero el concepto de actividad de estas fuerzas no puede ser confundido ni tampoco comparado con la actividad en el sentido físico o metafísico. La electricidad es históricamente activa, pero no como mera fuerza natural (como descarga eléctrica que provoca incendios, por ejemplo), sino como elemento de producción dominado por el hombre e incorporado al conjunto de las fuerzas materiales de producción, objeto de propiedad privada. Como fuerza natural abstracta, la electricidad existía aun antes de su reducción a fuerza productiva, pero no operaba en la historia, era un tema de hipótesis para la historia natural (y antes era la "nada" histórica, porque nadie se ocupaba de ella y, por el contrario, todos la ignoraban).
Estas observaciones sirven para hacer comprender, cómo el elemento causal asumido por las ciencias naturales para explicar la historia humana es un puro arbitrio, cuando no un retorno a viejas interpretaciones ideológicas. Por ejemplo, el Ensayo afirma que la nueva teoría atómica destruye el individualismo (las robinsonadas). Pero ¿qué significa esto? ¿Qué significa esta aproximación de la política a las teorías científicas, sino que la historia es movida por estas teorías científicas, es decir, por las ideologías, de donde, por querer ser ultramaterialistas se cae en una forma barroca de idealismo abstracto? Tampoco se puede responder que no fue la teoría atómica la que destruyó al individualismo, sino la realidad material que la teoría describe y comprueba, sin caer en las más complicadas contradicciones, puesto que a esta realidad natural se la supone precedente a la teoría y, por lo tanto, actuante cuando el individualismo se hallaba en auge. Entonces, ¿cómo no operaba la realidad "atómica" siempre, si es y era ley natural? ¿O para actuar debía esperar a que los hombres construyesen una teoría? ¿Los hombres obedecen, entonces, solamente a las leyes que conocen, como si fuesen leyes emanadas de los parlamentos? ¿Y quién podría hacerles observar las leyes que ignoran, de acuerdo con el principio de la legislación moderna según la cual la ignorancia de la ley no puede ser invocada por el reo? (Tampoco puede decirse que las leyes de una determinada ciencia natural son idénticas a las leyes de la historia, o que siendo el conjunto de las ideas científicas una unidad homogénea pueda reducirse una ciencia a la otra. Porque en este caso, ¿debido a qué privilegio este elemento determinado de la física y no otro cualquiera puede ser reductible a la unidad de la concepción del mundo?). En realidad, éste es sólo uno de los tantos elementos del Ensayo popular que demuestran la superficial comprensión de la filosofía de la praxis, y que no se ha sabido dar a esta concepción del mundo su autonomía científica y la posición que le corresponde ante las ciencias naturales y, lo que es peor, ante el vago concepto de ciencia en general, propio de concepciones vulgares en el pueblo (en el cual incluso los juegos malabares son ciencia.). ¿La teoría atómica moderna es una teoría "definitiva" establecida de una vez para siempre? ¿Quién, o qué hombre de ciencia, osaría afirmarlo? ¿Y no ocurre, en cambio, que también ella es simplemente una hipótesis científica que podrá ser superada, es decir, absorbida por una teoría más vasta y abarcadora? ¿Por qué, entonces, la referencia a esta teoría habría de ser definitiva y poner fin al individualismo y a las robinsonadas? (Aparte existe el hecho de que las robinsonadas pueden algunas veces ser esquemas prácticos construidos para indicar una tendencia o para una demostración mediante el absurdo; también el autor de la economía crítica ha recurrido a las robinsonadas). Pero hay otros problemas: si la teoría atómica fuese lo que, el Ensayo pretende, dado que la historia de la humanidad es una serie de revoluciones y las formas de la sociedad han sido numerosas, en tanto que la teoría atómica sería el reflejo de una realidad natural siempre similar, ¿cómo es que la sociedad no ha obedecido siempre a esta ley? ¿O se pretenderá que el paso del régimen corporativo medieval al individualismo económico ha sido anticientífico, un error de la historia y de la naturaleza? Según la teoría de la praxis, resulta evidente que no es la teoría atómica la que explica la historia humana, sino a la inversa, que la teoría atómica, como todas las hipótesis y las opiniones científicas, es una superestructura. La teoría atómica serviría para explicar al hombre biológico como agregado de cuerpos diversos y para explicar la sociedad de los hombres. ¡Qué teoría comprensiva!


Cfr. Cuaderno 4 (XIII)


* La teoría del materialismo histórico - Manual popular de sociología marxista, N. Bujarin, Moscú, 1921

Franz Boas y la Antropología Norteamericana

sábado, 23 de mayo de 2009





Es común escuchar en la academia el vibrante asedio militante a ultranza de los herederos del evolucionismo y el positivismo en contra de Franz Boas. Dicha polémica sigue la simplona línea de identificar al antropólogo norteamericano con el difusionismo, el relativismo cultural y el particularismo histórico cual ecuación matemática. No es necesario caer en una defensa de trincheras cuando de lo que se trata es de hacer una reflexión crítica sobre la obra de algún autor significativo para nuestros intereses: el método sería comprender la obra como resultado, cargada de política, cargada de posibilidades, con un destino diferente al propuesto, y no como un testamento divino y estático, no bajo el método de la escolástica. Es común que los aportes metodológicos y teóricos, en una guerra de trincheras monolíticas, sean reducidos y tergiversados, transformados en un sentido común vulgar, y que más da cuenta de las relaciones de poder y la hegemonía política que la instrumentaliza que de la obra misma. Sin embargo, no entregaré una propuesta disfrazada de neutralidad, el interés por releer a Franz Boas va de la mano con la ofensiva en contra de las ideologías metafísicas que rondan a los materialismos de carácter sustancialista o mecanisita, en fin, nuevamente emprender a lucha contra la metafisica subyacente en el positivismo. Las críticas realizadas por el antropólogo norteamericano a las generalizaciones apresuradas, el evolucionismo cultural y las propuestas teóricas duramente ideológicas, son aportes que no podemos abandonar quienes reivindican el materialismo histórico y el método dialéctico como opción académica. Comprender los aportes y limitaciones del atacado padre de la antropología norteamericana se hace fundamental en esta ciencia llena de diversos tipos de materialistas. Finalmente, pienso importante que para realizar una reflexión crítica del cientifisismo presente en su obra y obtener aportes metodológicos importantes, es necesario profundizar el estudio sobre la relación que existe entre el discurso científico y el movimiento real.
Por esto reproduzco un prólogo de Abraham Monk y adjunto el libro The Mind of Primitive Man, traducido al español por razones editoriales como Cuestiones Fundamentales de la Antropología Cultura, una de las pocas obras de Franz Boas.




David Álvarez










Su provincia fue el mundo...
La contribución de Franz Boas a la Antropología Cultural


"...LA NOCIÓN de que era un héroe mítico, de esos que aparecen en los folklores aborígenes, un portador de luz en el reino de las tinieblas, le resultó insoportable, así me lo manifestó en nuestra correspondencia..." Estas líneas escritas por el antropólogo Robert Lowie, referentes a su maestro Franz Boas, traslucen, sin embargo, y en forma inequívoca, la ubicación significativa que le cupo a éste en el desarrollo histórico de la antropología cultural. Otra de sus discípulas dilectas, Ruth Benedict, fue aún más categórica al afirmar que Boas halló la antropología hecha un haz de acertijos dislocados y la dejó transformada en una disciplina seria donde las teorías deben someterse invariablemente a la experimentación y validación. Franz Boas nació en Minden, Westfalia, en 1858 y estudió física, matemáticas y geografía en las universidades de Heidelberg, Bonn y Kiel. Se doctoró en esta última y habría de ser también en esta casa de estudios —ya desvirtuada por el totalitarismo nazi— donde en 1933 se quemarían sus libros, en plena demostración de fanatismo oscurantista. En una era de auge y expansión de las ciencias físiconaturales y en la cual el conocimiento del hombre parecía haber quedado relegado y sujeto a la incertidumbre de métodos de escasa contabilidad, o en el mejor de los casos a las imitaciones híbridas de las premisas de las ciencias mencionadas en primer término, Boas se consagró sin reservas al estudio del hombre y en particular a la antropología. No tardaría en convertirse en una de las figuras claves de todos los estudios sobre la cultura humana que acontecieron en nuestro siglo. Su presencia en los Estados Unidos —en las Universidades de Clark y Columbia— ejerció una influencia dominante a la que no pudieron sustraerse los cultores de esta novísima ciencia. Con todo, Boas no puede ser entendido como el iniciador de una nueva escuela. Sus escritos, asístemáticos y áridos, no presentan una corriente consistente que mereciese ese calificativo de 'escuela' o 'teoría'. No las hubo tales, y su insistencia en el relativismo cultural y reconstruccionismo histórico fueron en rigor normas destinadas a guiar los trabajos de campo. La trascendencia de Boas debióse en cambio a sus contribuciones instrumentales, a los criterios operativos de investigación que introdujo. Es que Boas fue el gran metodólogo de la antropología, llamado a abrir rutas de análisis penetrante y horizontes insospechados. Como tal, Boas rescató a la antropología de los devaneos superficiales y la integró con todos los honores en el esquema de las ciencias del hombre.
En un comienzo Boas experimentó la influencia del determinismo geográfico-ecológico de Friedrich Ratzel. El clima, el paisaje, los recursos de subsistencia plasmarían —de acuerdo con este enfoque conceptual—, la idiosincrasia de la existencia humana, la trama de las relaciones interpersonales, la presencia de determinados elementos de cultura material y en suma la propia cosmovisión de cada cultura. No resta duda alguna que las características ambientales gravitan sensiblemente sobre la vida económica y la distribución ecológica de las poblaciones. En islas como las Marquesas, la pobreza crónica de alimentos obligaba a recurrir al infanticidio femenino como pauta cultural para contrarrestar las tendencias hacia la superpoblación. La estructura social toda, con su secuela de poliginia y homosexualismo masculino, podría explicarse en términos de ese inexorable determinismo ambiental. Sin embargo, no todas las culturas que viven sujetas a condiciones exógenas análogamente adversas, recurren a una pauta idéntica a la empleada en las Marquesas. La plasticidad creadora del hombre ha exhibido otras alternativas igualmente positivas —no en términos de nuestros juicios éticos pero sí funcionalmente eunómicos— en consonancia con la necesidad de asegurar la continuidad de la existencia grupal. (De esta manera, mientras que unos recurren al infanticidio femenino, otros apelan al canibalismo, la guerra, el infanticidio indiscriminado, o la agricultura intensiva. Ratzel, en su reduccionismo inamovible no advirtió la capacidad creadora del hombre, sus potencialidades de libre iniciativa cultural. Tras sus anecdóticas y azarosas correrías por los hielos árticos que comenzaron en 1883, Boas halló la posición de Ratzel cada vez más insustentable y acabó por desecharla. Las experiencias con distintos grupos esquimales desde que pisó la península de Cumberland, le llevaron a la conclusión de que esos seres no son mecanismos pasivos que reciben estímulos externos y elicitan respuestas fisiológicas invariablemente uniformes. El joven investigador compartió con sus anfitriones su carne cruda de foca, participó de sus cacerías y expediciones en me dio de las implacables e inhóspitas condiciones del Ártico. En el estrecho de Davis halló esquimales que jamás habían visto a un europeo. Le acogieron con efusivas canciones y danzas y con el tiempo le iniciaron inclusive en las artes secretas del chamanismo, en el misterio de sus mitos y rituales, destinados especialmente para precaverse de las acechanzas nefastas de la artera Sedna, la diosa de los mundos infraterrenales. Boas comprendió allí que la cultura es, en efecto, un proceso de creación orgánica y viva y no una adaptación mecánica. Allí observó que dentro de un mismo hábitat pueden coexistir culturas con pautas diferentes. De ser el medio ambiente el determinante exclusivo de la mentalidad humana, habría tantas mentalidades como ambientes naturales existen. Boas no negó que el medio gravita, modifica, restringe u orienta la cultura de ésta u otra manera, pero no la genera. Opera sobre un grupo ya dotado de una identidad distintiva y una estructura social y lo que es más, ese mismo grupo puede llegar a variar radicalmente su identidad cultural sin que se hayan dado necesariamente en el medio modificaciones objetivas. Boas nos anticipó así la índole proactiva de la personalidad humana, su capacidad de iniciar un curso de acción aún con total ausencia de determinantes exógenos. Dicha capacidad creadora del hombre, su flexibilidad adaptativa y la multiplicidad de sus pautas culturales robustecieron su creciente pesimismo acerca de la posibilidad de establecer leyes o generalizaciones finales en antropología. Los fenómenos históricos de una tribu o pueblo sólo pueden ser entendidos como "desarrollo de condiciones específicas y únicas en que ese pueblo vive". Boas constituyó así un dique de contención frente al desbordante entusiasmo de las corrientes evolucionistas que forzaban paralelismos por doquier, que pretendían hallar semejanzas en culturas dispares y distantes y fraguaban esquemas de atrayente coherencia lógica pero que poco aportaban a modo de trasfondo empírico ya que se valían de un limitado sustentáculo etnográfico. Boas aplicó también esa actitud de cautela y de crítica cáustica frente a las seudogeneralizaciones antropológicas, a la escuela difusionista y su interpretación de la diversidad cultural en términos de interacción, préstamo e incorporación de un número relativamente pequeño y simplista de complejos culturales. Probar que un trazo cultural ha sido prestado o incorporado es un esfuerzo descriptivo inconducente que no trasciende los efectos de la mera cronología. Lo significativo sería revelar por qué ciertos trazos han sido aceptados con mayor facilidad, por qué otros han sufrido resistencia y rechazo y por qué unos fueron incorporados con diferente sentido, con formas modificadas. Estos interrogantes apuntan indudablemente hacia la historia específica y única de cada grupo. Boas desechó en suma las tentaciones del comparativismo superficial, el reduccionismo simplista, el vuelo afiebrado de las generalizaciones sin asidero empírico y que amenazaban tornar la antropología en el caldo de cultivo de las fantasías seudocientíficas. Boas prefirió que no hubiese ninguna teoría antes de adherir a interpretaciones engañosas y dicha aversión terminó por dominar la antropología cultural norteamericana durante casi medio siglo. Refractario a las sistematizaciones acabadas, negó que existiera una escuela 'boasiana' pero su actitud crítica y cautelosa no se diluía en la esterilidad nihilista. Su intención fue despertar, crear una conciencia clara y dura acerca de los limitados resultados alcanzados con el incipiente método antropológico cultural, dejar bien presente que ninguna ciencia puede lanzarse a sentar conclusiones cuando sus métodos son titubeantes y sus materiales empíricos, fragmentos desperdigados, de validez aún no probada.
La antropología, antes de propender a la formulación de presuntas leyes del desarrollo cultural, debería concentrarse en la reconstrucción minuciosa del material histórico, en las labores intensivas de campo, la aplicación estadística exhaustiva, la focalización en áreas restringidas, la abstención de juicios de valor etnocéntrico y la distancia emocional y sobre todo en la adopción de un relativismo sistemático, con la esperanza sin embargo de que un día se reunirán las condiciones que permitan forjar síntesis conceptuales, esta vez sustentadas por un andamiaje etnográfico más vigoroso. La aversión anti-teórica no fue por consiguiente un prejuicio obsesivo. Fue la cuarentena que Boas impuso con audacia y determinación a su disciplina académica, a fin de purgarla de los arrebatos impacientes y etnocéntricos de tantos de sus cultores que, sin malicia alguna, pero en virtud de su anarquía metodológica parecían haber caído en los dominios de la ciencia -ficción. Con ello Boas causó una verdadera revolución copernicana en la antropología pero esa insistencia metodológica aminoró también su capacidad creadora.
"Su dedicación paciente e infatigable a la determinación de la certidumbre y precisión en antropología —expresó Kardiner— puede considerarse su mayor contribución pero también su mayor debilidad. Si bien introdujo el orden y la disciplina que este campo tanto precisaba, ello inhibió en él, al igual que en muchos de sus discípulos, el espíritu especulativo y la adecuación a lo incierto, atributos que son tan necesarios para toda ciencia." El denominador común subyacente en la diversidad ya apuntada de las culturas no se explica en términos evolucionistas o difusionistas. Cada sociedad, insistió Boas, posee su cultura singular y privativa y la aparente semejanza en ciertos trazos que varias de ellas exhiben bien pueden obe decer a motivaciones, circunstancias ambientales o actitudes dispares. Si dos o más culturas resuelven ciertos problemas fundamentales en forma parecida, ello se debe no necesariamente a contactos o préstamos sino a la identidad de la estructura mental del hombre. Refiriéndose a los esquimales de la tierra de Davis, escribió: "He comprobado que gozan de la vida, que gustan de la naturaleza, que los sentimientos de amistad también echan raíces en sus corazones y que si bien la índole de su existencia es más ruda que la civilizada, el esquimal es un ser humano igual a nosotros, sus sentimientos, virtudes y defectos se basan en la naturaleza humana, al igual que los nuestros. . .".
La identidad universal de la mente humana ya había sido postulada enfáticamente por su maestro Adolph Bastian, el viajero incansable que orientó sus trabajos de campo y a quien asistió en el Museo de Berlín. Para Bastian la identidad de las formas o proc esos de pensamiento que se advierten en grupos residentes en regiones recíprocamente apartadas, donde no cabe suponer un eventual contacto e influencia mutua, se deben a la semejanza de la estructura psíquica del hombre, a la presencia de ciertos tipos de pensamiento bien definidos y congénitos, a las formas fundamentales —a modo de categorías kantianas— que se producen inexorablemente en toda la especie humana, con prescindencia de habitat, estructura social, o momento histórico. Esas formas o 'ideas elementales' son la causa final de las creencias, costumbres, invenciones, etc. El origen inmediato de éstos podrá rastrearse mediante las reconstrucciones difusionistas pero en última instancia se darían de todas maneras pues son inherentes a la condición humana. Boas reconoció que las fuerzas dinámicas que mueven al hombre son las mismas que han plasmado todas las culturas desde hace miles de años y consagró muchos de sus enjundiosos escritos, incluyendo la obra que aquí se presenta, para desbaratar con agudeza crítica y sólido material empírico las teorías de las diferencias .humanas, en términos de razas superiores o inferiores, La antropología cultural ya venía arrastrando, desde el manipuleo malicioso de las premisas darwinianas de la selección natura!, una serie de teorías seudocientíficas del racismo (Gobineau, Gumplowicz, Agassiz, Klemm y otros), con las que se pretendía racionalizar la persecución de ciertos grupos étnicos, la expoliación y dominio arbitrario perpetrado en desmedro de culturas más rústicas y débiles, rotuladas 'inferiores'. Boas no ignoró la realidad de las diferencias físicas de razas pero negó que fueran lo suficientemente significativas como para justificar la afirmación extrema de que ciertos grupos étnicos jamás alcanzarían las formas superiores de civilización. El hecho que se reconozca, por ejemplo, que las razas negras poseen diferencias morfológico-antropométricas no significa necesariamente que se admita su incapacidad constitucional o funcional para tomar plena participación en la vida moderna. Pese a las diferencias que separan a los grupos étnicos —variaciones de índole secundaria diría Boas— las actividades mentales son comunes a todas las sociedades. El hecho que una sociedad no haya alcanzado aún los niveles de civilización de otras es un problema de factores ambientales, de ritmos históricos, pero que no prueba una presunta inferioridad.
Boas vivió con una fe inconmovible en los alcances de la ciencia y no supo de concesiones en su misión como hombre de ciencia: la búsqueda de la verdad. Sin embargo la ciencia no fue para él un fin en sí mismo sino un recurso al servicio de la humanidad. En rigor no vio lugar a discrepancias entre ciencia pura y aplicada. El investigador se debe a la humanidad y es con ella como norte que enfrenta el desafío de las incógnitas y la masa del material empírico. Es por ello también que Boas se convirtió en adalid de la lucha contra las teorías racistas del totalitarismo nazi, el 'absurdo nórdico', como lo llamaba. Batallador incansable por las libertades y los derechos humanos, demostró que correspondía a la antropología, más que a ninguna otra ciencia, la grave tarea histórica de velar por la dignidad del hombre y resistir a las degradantes aberraciones racistas. En el comienzo de sus experiencias de campo en 1897, Boas escuchó de un indio de la Columbia Británica: "Los judíos son gente perversa. Engañan a los indios". "¿Has visto ya a un judío?", le preguntó Boas. "No, pero es lo que me dicen". Boas nunca cejó en su deber implícito de antropólogo de combatir semejantes prejuicios. "Las naciones deben cultivar los ideales de igualdad de derechos", dijo y sostuvo sin cesar que las diferencias culturales no deben ser causa de la destrucción del mundo. Hasta el último de sus días, aún a los 84 años de edad, permaneció firme en su puesto de lucha. Sus escritos antiracistas circulaban clandestinamente en la propia Alemania que lo viera nacer, esa nación ya devorada por la psicosis del odio racial. Con idéntico criterio Boas refutó las teorías de la irracionalidad del hombre primitivo o de la mentalidad prelógica. Tanto el civilizado corno el primitivo aceptan inconscientemente las pautas de su cultura. El hecho que nuestra civilización se haya tornado más científica no justifica que se juzgue a las culturas más primitivas etnocéntricamente, con nuestros propios juicios de valor. La misión de la antropología es enseñar una tolerancia superior a la que ya profesamos, es librarnos de la coerción de los prejuicios que mutilan el espíritu, de los criterios dogmáticos de valor. Boas no dejó grandes teorías ni sistemas. Legó en cambio una vitalidad creadora, de potencialidades insospechadas, que reverberó a través de la pléyade de sus grandes discípulos Edward Sapir, Margaret Mead, Ralph Línton, Ruth Fulton Benedíct, Alfred Kroe-ber y muchos otros. Dejó, sobre todo, categóricamente esclarecidos los dominios metodológicos de esta ciencia, despejando engorrosas tinieblas que turbaban aún a los espíritus mejor intencionados. El amor al hombre y la fe en la humanidad involucrados en la conjunción de su vida y su obra, no pudieron ser mejor sintetizados que en la necrología con que Ruth Benedict lo recordara nostálgicamente: "Vivió 56 años en America. Alemán, de padres judíos, su provincia, como antropólogo, fue el mundo".



ABRAHAM MONK.
Profesor Adjunto de Antropología Cultural
Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Buenos Aires



[La versión inicial en castellano de esta obra se publicó en 1947 (Editorial Lautaro, Buenos Aires), precedida de una "Advertencia" de Gregorio Weinberg, Fue así el primer libro de Boas vertido al español. Razones editoriales, explicadas entonces, obligaron a presentar The Mind of Primitive Man bajo el título, que ahora se mantiene, de Cuestiones fundamentales de antropología cultural, pues el mismo está ya incorporado a la bibliografía y programas universitarios; cambiarlo podría desconcertar al lector. N. del E.]



Libro Cuestiones Fundamentales de la Antropología Cultural: 46377.ZIP

Antonio Gramsci y los Intelectuales Modernos

jueves, 21 de mayo de 2009



Presento un breve texto sobre Antonio Gramsci escrito por el también italiano Attilio Monasta, profesor de educación experimental en la Universidad de Florencia y coordinador de la Red de Programas Universitarios de Cooperación en el ámbito de las ciencias de la educación, de la Comunidad Europea. El autor fue profesor de enseñanza secundaria, sindicalista y administrador de la formación industrial y la formación de formadores en Toscana. El presente trabajo son aproximaciones a la relación entre educación e ideología expuestas por el militante del Partido Comunista Italiano en sus cuadernos de la cárcel, junto a reflexiones sobre los intelectuales modernos. El texto se publicó originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación comparada.
Finalmente, lo expongo en el espacio porque es un texto introductorio que sirve para guiar una posterior profundización en Antonio Gramsci, ya que desarrolla útiles comentarios sobre las diferentes ediciones de la compleja obra literaria heredada del revolucionario; profundización ineludible para quien se propone estudiar la cultura desde una perspectiva dialéctica y materialista.