Es común escuchar en la academia el vibrante asedio militante a ultranza de los herederos del evolucionismo y el positivismo en contra de Franz Boas. Dicha polémica sigue la simplona línea de identificar al antropólogo norteamericano con el difusionismo, el relativismo cultural y el particularismo histórico cual ecuación matemática. No es necesario caer en una defensa de trincheras cuando de lo que se trata es de hacer una reflexión crítica sobre la obra de algún autor significativo para nuestros intereses: el método sería comprender la obra como resultado, cargada de política, cargada de posibilidades, con un destino diferente al propuesto, y no como un testamento divino y estático, no bajo el método de la escolástica. Es común que los aportes metodológicos y teóricos, en una guerra de trincheras monolíticas, sean reducidos y tergiversados, transformados en un sentido común vulgar, y que más da cuenta de las relaciones de poder y la hegemonía política que la instrumentaliza que de la obra misma. Sin embargo, no entregaré una propuesta disfrazada de neutralidad, el interés por releer a Franz Boas va de la mano con la ofensiva en contra de las ideologías metafísicas que rondan a los materialismos de carácter sustancialista o mecanisita, en fin, nuevamente emprender a lucha contra la metafisica subyacente en el positivismo. Las críticas realizadas por el antropólogo norteamericano a las generalizaciones apresuradas, el evolucionismo cultural y las propuestas teóricas duramente ideológicas, son aportes que no podemos abandonar quienes reivindican el materialismo histórico y el método dialéctico como opción académica. Comprender los aportes y limitaciones del atacado padre de la antropología norteamericana se hace fundamental en esta ciencia llena de diversos tipos de materialistas. Finalmente, pienso importante que para realizar una reflexión crítica del cientifisismo presente en su obra y obtener aportes metodológicos importantes, es necesario profundizar el estudio sobre la relación que existe entre el discurso científico y el movimiento real.
Por esto reproduzco un prólogo de Abraham Monk y adjunto el libro The Mind of Primitive Man, traducido al español por razones editoriales como Cuestiones Fundamentales de la Antropología Cultura, una de las pocas obras de Franz Boas.
David Álvarez
Su provincia fue el mundo...
La contribución de Franz Boas a la Antropología Cultural
"...LA NOCIÓN de que era un héroe mítico, de esos que aparecen en los folklores aborígenes, un portador de luz en el reino de las tinieblas, le resultó insoportable, así me lo manifestó en nuestra correspondencia..." Estas líneas escritas por el antropólogo Robert Lowie, referentes a su maestro Franz Boas, traslucen, sin embargo, y en forma inequívoca, la ubicación significativa que le cupo a éste en el desarrollo histórico de la antropología cultural. Otra de sus discípulas dilectas, Ruth Benedict, fue aún más categórica al afirmar que Boas halló la antropología hecha un haz de acertijos dislocados y la dejó transformada en una disciplina seria donde las teorías deben someterse invariablemente a la experimentación y validación. Franz Boas nació en Minden, Westfalia, en 1858 y estudió física, matemáticas y geografía en las universidades de Heidelberg, Bonn y Kiel. Se doctoró en esta última y habría de ser también en esta casa de estudios —ya desvirtuada por el totalitarismo nazi— donde en 1933 se quemarían sus libros, en plena demostración de fanatismo oscurantista. En una era de auge y expansión de las ciencias físiconaturales y en la cual el conocimiento del hombre parecía haber quedado relegado y sujeto a la incertidumbre de métodos de escasa contabilidad, o en el mejor de los casos a las imitaciones híbridas de las premisas de las ciencias mencionadas en primer término, Boas se consagró sin reservas al estudio del hombre y en particular a la antropología. No tardaría en convertirse en una de las figuras claves de todos los estudios sobre la cultura humana que acontecieron en nuestro siglo. Su presencia en los Estados Unidos —en las Universidades de Clark y Columbia— ejerció una influencia dominante a la que no pudieron sustraerse los cultores de esta novísima ciencia. Con todo, Boas no puede ser entendido como el iniciador de una nueva escuela. Sus escritos, asístemáticos y áridos, no presentan una corriente consistente que mereciese ese calificativo de 'escuela' o 'teoría'. No las hubo tales, y su insistencia en el relativismo cultural y reconstruccionismo histórico fueron en rigor normas destinadas a guiar los trabajos de campo. La trascendencia de Boas debióse en cambio a sus contribuciones instrumentales, a los criterios operativos de investigación que introdujo. Es que Boas fue el gran metodólogo de la antropología, llamado a abrir rutas de análisis penetrante y horizontes insospechados. Como tal, Boas rescató a la antropología de los devaneos superficiales y la integró con todos los honores en el esquema de las ciencias del hombre.
En un comienzo Boas experimentó la influencia del determinismo geográfico-ecológico de Friedrich Ratzel. El clima, el paisaje, los recursos de subsistencia plasmarían —de acuerdo con este enfoque conceptual—, la idiosincrasia de la existencia humana, la trama de las relaciones interpersonales, la presencia de determinados elementos de cultura material y en suma la propia cosmovisión de cada cultura. No resta duda alguna que las características ambientales gravitan sensiblemente sobre la vida económica y la distribución ecológica de las poblaciones. En islas como las Marquesas, la pobreza crónica de alimentos obligaba a recurrir al infanticidio femenino como pauta cultural para contrarrestar las tendencias hacia la superpoblación. La estructura social toda, con su secuela de poliginia y homosexualismo masculino, podría explicarse en términos de ese inexorable determinismo ambiental. Sin embargo, no todas las culturas que viven sujetas a condiciones exógenas análogamente adversas, recurren a una pauta idéntica a la empleada en las Marquesas. La plasticidad creadora del hombre ha exhibido otras alternativas igualmente positivas —no en términos de nuestros juicios éticos pero sí funcionalmente eunómicos— en consonancia con la necesidad de asegurar la continuidad de la existencia grupal. (De esta manera, mientras que unos recurren al infanticidio femenino, otros apelan al canibalismo, la guerra, el infanticidio indiscriminado, o la agricultura intensiva. Ratzel, en su reduccionismo inamovible no advirtió la capacidad creadora del hombre, sus potencialidades de libre iniciativa cultural. Tras sus anecdóticas y azarosas correrías por los hielos árticos que comenzaron en 1883, Boas halló la posición de Ratzel cada vez más insustentable y acabó por desecharla. Las experiencias con distintos grupos esquimales desde que pisó la península de Cumberland, le llevaron a la conclusión de que esos seres no son mecanismos pasivos que reciben estímulos externos y elicitan respuestas fisiológicas invariablemente uniformes. El joven investigador compartió con sus anfitriones su carne cruda de foca, participó de sus cacerías y expediciones en me dio de las implacables e inhóspitas condiciones del Ártico. En el estrecho de Davis halló esquimales que jamás habían visto a un europeo. Le acogieron con efusivas canciones y danzas y con el tiempo le iniciaron inclusive en las artes secretas del chamanismo, en el misterio de sus mitos y rituales, destinados especialmente para precaverse de las acechanzas nefastas de la artera Sedna, la diosa de los mundos infraterrenales. Boas comprendió allí que la cultura es, en efecto, un proceso de creación orgánica y viva y no una adaptación mecánica. Allí observó que dentro de un mismo hábitat pueden coexistir culturas con pautas diferentes. De ser el medio ambiente el determinante exclusivo de la mentalidad humana, habría tantas mentalidades como ambientes naturales existen. Boas no negó que el medio gravita, modifica, restringe u orienta la cultura de ésta u otra manera, pero no la genera. Opera sobre un grupo ya dotado de una identidad distintiva y una estructura social y lo que es más, ese mismo grupo puede llegar a variar radicalmente su identidad cultural sin que se hayan dado necesariamente en el medio modificaciones objetivas. Boas nos anticipó así la índole proactiva de la personalidad humana, su capacidad de iniciar un curso de acción aún con total ausencia de determinantes exógenos. Dicha capacidad creadora del hombre, su flexibilidad adaptativa y la multiplicidad de sus pautas culturales robustecieron su creciente pesimismo acerca de la posibilidad de establecer leyes o generalizaciones finales en antropología. Los fenómenos históricos de una tribu o pueblo sólo pueden ser entendidos como "desarrollo de condiciones específicas y únicas en que ese pueblo vive". Boas constituyó así un dique de contención frente al desbordante entusiasmo de las corrientes evolucionistas que forzaban paralelismos por doquier, que pretendían hallar semejanzas en culturas dispares y distantes y fraguaban esquemas de atrayente coherencia lógica pero que poco aportaban a modo de trasfondo empírico ya que se valían de un limitado sustentáculo etnográfico. Boas aplicó también esa actitud de cautela y de crítica cáustica frente a las seudogeneralizaciones antropológicas, a la escuela difusionista y su interpretación de la diversidad cultural en términos de interacción, préstamo e incorporación de un número relativamente pequeño y simplista de complejos culturales. Probar que un trazo cultural ha sido prestado o incorporado es un esfuerzo descriptivo inconducente que no trasciende los efectos de la mera cronología. Lo significativo sería revelar por qué ciertos trazos han sido aceptados con mayor facilidad, por qué otros han sufrido resistencia y rechazo y por qué unos fueron incorporados con diferente sentido, con formas modificadas. Estos interrogantes apuntan indudablemente hacia la historia específica y única de cada grupo. Boas desechó en suma las tentaciones del comparativismo superficial, el reduccionismo simplista, el vuelo afiebrado de las generalizaciones sin asidero empírico y que amenazaban tornar la antropología en el caldo de cultivo de las fantasías seudocientíficas. Boas prefirió que no hubiese ninguna teoría antes de adherir a interpretaciones engañosas y dicha aversión terminó por dominar la antropología cultural norteamericana durante casi medio siglo. Refractario a las sistematizaciones acabadas, negó que existiera una escuela 'boasiana' pero su actitud crítica y cautelosa no se diluía en la esterilidad nihilista. Su intención fue despertar, crear una conciencia clara y dura acerca de los limitados resultados alcanzados con el incipiente método antropológico cultural, dejar bien presente que ninguna ciencia puede lanzarse a sentar conclusiones cuando sus métodos son titubeantes y sus materiales empíricos, fragmentos desperdigados, de validez aún no probada.
La antropología, antes de propender a la formulación de presuntas leyes del desarrollo cultural, debería concentrarse en la reconstrucción minuciosa del material histórico, en las labores intensivas de campo, la aplicación estadística exhaustiva, la focalización en áreas restringidas, la abstención de juicios de valor etnocéntrico y la distancia emocional y sobre todo en la adopción de un relativismo sistemático, con la esperanza sin embargo de que un día se reunirán las condiciones que permitan forjar síntesis conceptuales, esta vez sustentadas por un andamiaje etnográfico más vigoroso. La aversión anti-teórica no fue por consiguiente un prejuicio obsesivo. Fue la cuarentena que Boas impuso con audacia y determinación a su disciplina académica, a fin de purgarla de los arrebatos impacientes y etnocéntricos de tantos de sus cultores que, sin malicia alguna, pero en virtud de su anarquía metodológica parecían haber caído en los dominios de la ciencia -ficción. Con ello Boas causó una verdadera revolución copernicana en la antropología pero esa insistencia metodológica aminoró también su capacidad creadora.
"Su dedicación paciente e infatigable a la determinación de la certidumbre y precisión en antropología —expresó Kardiner— puede considerarse su mayor contribución pero también su mayor debilidad. Si bien introdujo el orden y la disciplina que este campo tanto precisaba, ello inhibió en él, al igual que en muchos de sus discípulos, el espíritu especulativo y la adecuación a lo incierto, atributos que son tan necesarios para toda ciencia." El denominador común subyacente en la diversidad ya apuntada de las culturas no se explica en términos evolucionistas o difusionistas. Cada sociedad, insistió Boas, posee su cultura singular y privativa y la aparente semejanza en ciertos trazos que varias de ellas exhiben bien pueden obe decer a motivaciones, circunstancias ambientales o actitudes dispares. Si dos o más culturas resuelven ciertos problemas fundamentales en forma parecida, ello se debe no necesariamente a contactos o préstamos sino a la identidad de la estructura mental del hombre. Refiriéndose a los esquimales de la tierra de Davis, escribió: "He comprobado que gozan de la vida, que gustan de la naturaleza, que los sentimientos de amistad también echan raíces en sus corazones y que si bien la índole de su existencia es más ruda que la civilizada, el esquimal es un ser humano igual a nosotros, sus sentimientos, virtudes y defectos se basan en la naturaleza humana, al igual que los nuestros. . .".
La identidad universal de la mente humana ya había sido postulada enfáticamente por su maestro Adolph Bastian, el viajero incansable que orientó sus trabajos de campo y a quien asistió en el Museo de Berlín. Para Bastian la identidad de las formas o proc esos de pensamiento que se advierten en grupos residentes en regiones recíprocamente apartadas, donde no cabe suponer un eventual contacto e influencia mutua, se deben a la semejanza de la estructura psíquica del hombre, a la presencia de ciertos tipos de pensamiento bien definidos y congénitos, a las formas fundamentales —a modo de categorías kantianas— que se producen inexorablemente en toda la especie humana, con prescindencia de habitat, estructura social, o momento histórico. Esas formas o 'ideas elementales' son la causa final de las creencias, costumbres, invenciones, etc. El origen inmediato de éstos podrá rastrearse mediante las reconstrucciones difusionistas pero en última instancia se darían de todas maneras pues son inherentes a la condición humana. Boas reconoció que las fuerzas dinámicas que mueven al hombre son las mismas que han plasmado todas las culturas desde hace miles de años y consagró muchos de sus enjundiosos escritos, incluyendo la obra que aquí se presenta, para desbaratar con agudeza crítica y sólido material empírico las teorías de las diferencias .humanas, en términos de razas superiores o inferiores, La antropología cultural ya venía arrastrando, desde el manipuleo malicioso de las premisas darwinianas de la selección natura!, una serie de teorías seudocientíficas del racismo (Gobineau, Gumplowicz, Agassiz, Klemm y otros), con las que se pretendía racionalizar la persecución de ciertos grupos étnicos, la expoliación y dominio arbitrario perpetrado en desmedro de culturas más rústicas y débiles, rotuladas 'inferiores'. Boas no ignoró la realidad de las diferencias físicas de razas pero negó que fueran lo suficientemente significativas como para justificar la afirmación extrema de que ciertos grupos étnicos jamás alcanzarían las formas superiores de civilización. El hecho que se reconozca, por ejemplo, que las razas negras poseen diferencias morfológico-antropométricas no significa necesariamente que se admita su incapacidad constitucional o funcional para tomar plena participación en la vida moderna. Pese a las diferencias que separan a los grupos étnicos —variaciones de índole secundaria diría Boas— las actividades mentales son comunes a todas las sociedades. El hecho que una sociedad no haya alcanzado aún los niveles de civilización de otras es un problema de factores ambientales, de ritmos históricos, pero que no prueba una presunta inferioridad.
Boas vivió con una fe inconmovible en los alcances de la ciencia y no supo de concesiones en su misión como hombre de ciencia: la búsqueda de la verdad. Sin embargo la ciencia no fue para él un fin en sí mismo sino un recurso al servicio de la humanidad. En rigor no vio lugar a discrepancias entre ciencia pura y aplicada. El investigador se debe a la humanidad y es con ella como norte que enfrenta el desafío de las incógnitas y la masa del material empírico. Es por ello también que Boas se convirtió en adalid de la lucha contra las teorías racistas del totalitarismo nazi, el 'absurdo nórdico', como lo llamaba. Batallador incansable por las libertades y los derechos humanos, demostró que correspondía a la antropología, más que a ninguna otra ciencia, la grave tarea histórica de velar por la dignidad del hombre y resistir a las degradantes aberraciones racistas. En el comienzo de sus experiencias de campo en 1897, Boas escuchó de un indio de la Columbia Británica: "Los judíos son gente perversa. Engañan a los indios". "¿Has visto ya a un judío?", le preguntó Boas. "No, pero es lo que me dicen". Boas nunca cejó en su deber implícito de antropólogo de combatir semejantes prejuicios. "Las naciones deben cultivar los ideales de igualdad de derechos", dijo y sostuvo sin cesar que las diferencias culturales no deben ser causa de la destrucción del mundo. Hasta el último de sus días, aún a los 84 años de edad, permaneció firme en su puesto de lucha. Sus escritos antiracistas circulaban clandestinamente en la propia Alemania que lo viera nacer, esa nación ya devorada por la psicosis del odio racial. Con idéntico criterio Boas refutó las teorías de la irracionalidad del hombre primitivo o de la mentalidad prelógica. Tanto el civilizado corno el primitivo aceptan inconscientemente las pautas de su cultura. El hecho que nuestra civilización se haya tornado más científica no justifica que se juzgue a las culturas más primitivas etnocéntricamente, con nuestros propios juicios de valor. La misión de la antropología es enseñar una tolerancia superior a la que ya profesamos, es librarnos de la coerción de los prejuicios que mutilan el espíritu, de los criterios dogmáticos de valor. Boas no dejó grandes teorías ni sistemas. Legó en cambio una vitalidad creadora, de potencialidades insospechadas, que reverberó a través de la pléyade de sus grandes discípulos Edward Sapir, Margaret Mead, Ralph Línton, Ruth Fulton Benedíct, Alfred Kroe-ber y muchos otros. Dejó, sobre todo, categóricamente esclarecidos los dominios metodológicos de esta ciencia, despejando engorrosas tinieblas que turbaban aún a los espíritus mejor intencionados. El amor al hombre y la fe en la humanidad involucrados en la conjunción de su vida y su obra, no pudieron ser mejor sintetizados que en la necrología con que Ruth Benedict lo recordara nostálgicamente: "Vivió 56 años en America. Alemán, de padres judíos, su provincia, como antropólogo, fue el mundo".
ABRAHAM MONK.
Profesor Adjunto de Antropología Cultural
Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Buenos Aires
[La versión inicial en castellano de esta obra se publicó en 1947 (Editorial Lautaro, Buenos Aires), precedida de una "Advertencia" de Gregorio Weinberg, Fue así el primer libro de Boas vertido al español. Razones editoriales, explicadas entonces, obligaron a presentar The Mind of Primitive Man bajo el título, que ahora se mantiene, de Cuestiones fundamentales de antropología cultural, pues el mismo está ya incorporado a la bibliografía y programas universitarios; cambiarlo podría desconcertar al lector. N. del E.]
Libro Cuestiones Fundamentales de la Antropología Cultural: 46377.ZIP
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