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Darwin y el Lenguaje

martes, 2 de junio de 2009

Reproducción de la Revista Replicante

¿Qué escribió Darwin sobre el lenguaje en El origen de las especies o en El origen del hombre? ¿Qué términos y expresiones utilizó para desarrollar su teoría?



Se puede relacionar a Darwin con el lenguaje de dos maneras pero sólo con el lenguaje mismo, pues la empiria sobre la evolución lingüística no ha arrojado resultados convincentes. Una es reseñar lo poco y de escasa importancia que dijo sobre la evolución del lenguaje en El origen de las especies o, en todo caso, en el Origen del hombre. Otra es pasar revista a la semántica histórica de algunos términos y expresiones que Darwin utilizó y que fueron determinantes para sellar su teoría, por un lado, y dejarla abierta, por otro, a una serie de conceptos derivados.




Este último interés no habría surgido si no fuera por la lectura de un artículo de Peter Taylor titulado “La selección natural: un lastre sobre el pensamiento social y biológico” y que nos regala un dato, a saber, que Darwin no utilizó el vocablo evolución en todo El origen de las especies, porque en ese vocablo se asociaba el cambio con un mejoramiento general constante, salvo al final del libro: “A partir de un comienzo tan simple, innumerables formas bellas y maravillosas evolucionaron y siguen haciéndolo”. Cuando leí El origen de la especies no reparé jamás en eso. No lo podía creer e hice una relectura en diagonal y efectivamente, en lugar de evolución siempre dice descendencia con modificación. La razón por la cual evitó el término, hoy tan coloquial, es que estaba cargado de connotaciones trascendentalistas como progreso y perfección, propias de la semántica teológica.


En 2003 salió un librito —y es importante recalcar que se trata de un libro pequeño— titulado Darwin’s Legacy: What evolution means today. Fue traducido al español en 2006 pero también ignorado. El autor, John Dupré, en menos de 200 páginas deja desarmado cualquier intento creacionista y pangenetista, llamado por él genocentrista o, por la doctora Mae Wan Ho, reduccionismo genético, de distorsionar o abusar de algo tan básico como explicar la diversidad de los organismos vivos por el principio de descendencia con modificación por selección natural.


El librito es casi perfecto —pero la perfección no es un atributo evolucionista— con la salvedad de un párrafo que inmediatamente hace reaccionar a cualquier darwinista y además contradice lo que el propio Dupré está tratando de sostener: la facultad para adquirir el lenguaje tiene bases biológicas pero su evolución es cultural.



Ontogenia y filogenia
El desliz reza así: “Las escuelas, la televisión, los libros no existían unos siglos o milenios atrás, y no hay duda de que han contribuido enormemente al desarrollo del cerebro humano contemporáneo”. Hubiera sido imperdonable si en lugar de desarrollo hubiera escrito evolución. Este desliz puede llevar a muchas controversias pero para develar su falsedad no se necesita más que un ejemplo hipotético pero viable: si por un lado sustraemos a un niño perteneciente a una tribu cuyos padres y ancestros no utilizaron la escritura ni tuvieron contacto con la imprenta ni medios de difusión masiva como radio o televisión, y por otro sustraemos un niño cuya ascendencia europea ha estado expuesta a los medios impresos y electrónicos propios de los últimos siglos, y los exponemos a iguales condiciones de escolaridad, las diferencias de aprendizaje no se podrían inferir a partir del presunto desarrollo diferencial histórico del cerebro. Y es que aquí cabe destacar la importancia de la distinción ontogenia / filogenia.


Pero la evolución del cerebro reclama otra distinción importante, la de innato / aprendido, no obstante su desarrollo filogenético, esto es, que la evolución del cerebro en el nivel de la especie sea prerrequisito para la adquisición del lenguaje. A su vez, la complejidad que haya ido adquiriendo históricamente el lenguaje no tiene correspondencia biológica alguna ni contribución en la evolución del cerebro, sí en el desarrollo individual (ontogenético) de la mente.



Lenguaje y pensamiento

Dos distinciones más se desprenden del párrafo anterior. La primera: lenguaje / pensamiento. Jean Piaget insistió en esta confusión usual hasta hoy en día, la de operaciones mentales con lenguaje. Al menos en su génesis, claro está ontogenética, el pensamiento no está estructurado en lenguaje. De otra manera, el niño que apenas gatea tendría que primero hablar antes de hacer cosas tan elementales como poner objetos encima o debajo, atrás o delante, adentro o afuera. Y este principio lo podemos extender a otros ámbitos del pensamiento en edades más avanzadas. Esto a propósito de que el psiquiatra Lev Vygotsky (1896-1934) critica e invalida un libro pecado de juventud del biólogo Jean Piaget (1896-1980) que data de 1923 donde apenas estaba bosquejando su epistemología: El lenguaje y el pensamiento en el niño: estudio sobre la lógica del niño. Las fechas las he puesto por aquello de que muchos psicólogos y educadores —Piaget fue un epistemólogo con formación de biólogo evolucionista— tratan de poner a dialogar a Piaget y Vygotsky. Fueron extemporáneos aunque hayan nacido el mismo año y sobre todo porque sus teorías se oponen diametralmente.



Mente y cerebro

Sin caer en dualismos maniqueístas, la otra distinción, mente / cerebro se hace necesaria frente a la obstinación de los organicistas de hacer corresponder a todo fenómeno mental un evento bioquímico cerebral. Los propios procesos complejos del sistema psíquico cobran tal autonomía que no encontrarán correlato biunívoco en el cerebro. Así como la célula no puede explicarse a partir de sus componentes físico-químicos, hay operaciones propias de la vida (autorreplicación, por ejemplo) que tienen independencia con respecto a cómo están constituidas las moléculas y cómo interactúan. Al igual, el sistema psíquico (léase mente) emerge de una coordinación entre motricidad (conducta), percepción y otros fenómenos que tienen su correlato con funciones cerebrales, pero que no se pueden reducir a ellas. Esto queda claro si tratásemos de explicar todo el fenómeno biológico con la química y ésta explicarla a su vez desde la física. En fin, el cerebro, las operaciones mentales y el lenguaje pertenecen a ámbitos de observación diferentes y hasta el momento ha resultado difícil, si no es que fraudulento, hacerlos corresponder, sobre todo en términos de causalidad o determinación. Hago a un lado los dos radicalismos: mentalismo y organicismo (aquí incluyo al genocentrismo o pangenetismo).Todo niño recién nacido es más dependiente de la madre y más inútil en comparación con cualquier cría de otra especie. Y es que cuanto más complicado es un organismo, menos probabilidad existe de que un cambio fortuito mejore su adaptación. Pero entonces, ¿qué es lo que hace posible la adaptación en el humano? Los sociólogos culturalistas apelarían al concepto poco operativo de cultura y que se ha convertido en un comodín pues no ha salido de la distinción cultura / naturaleza, donde la cultura es el entorno de la naturaleza y ésta el entorno de aquélla.



Cultura vs. natura

La cultura en sus inicios podría desarrollarse sin necesidad de lenguaje. Esto trata de sostener Jordi Sabater Pi en su librito —hago énfasis en el diminutivo— llamado El chimpancé y los orígenes de la cultura, que evita el concepto de lenguaje y prefiere hablar de un sistema de señales, y suple el término cultura por el de protocultura. El uso de instrumentos y de un sistema de señales en la diferenciación de roles o división cooperativa del trabajo parecía privativo del humano. Aunque no podemos inferir de la conducta de los chimpancés el uso de signos y el intercambio de representaciones simbólicas, la descripción de un sistema de señales en una protocultura es suficiente para establecer un antecedente funcional del lenguaje en una cultura. Lo más interesante del trabajo de Sabater es que analiza dos especies de chimpancés que formaron parte de una sola y quedaron separados durante milenios por el nuevo curso de un río infranqueable. Las diferencias parecen contingentes, sin ninguna relación con las condiciones ecológicas y son de tal magnitud que una especie desarrolló la organización en clanes patriarcales y la otra de tipo matriarcal. Este caso de especiación por aislamiento reproductivo de dos poblaciones casi colindantes hubiera sorprendido a Darwin, especialmente para el capítulo IV de El origen de las especies. Puede ser que la selección natural obre sobre lo benéfico simplemente porque éste tiene ventaja sobre lo perjudicial, pero también intervienen variables como el azar y la contingencia pues la selección siempre obra sobre un repertorio de variantes de un mismo carácter. Darwin introduce el término contingencia por primera vez en el antepenúltimo párrafo del capítulo IV, donde arribamos a otro de los puntos más importantes de El origen de las especies: la selección natural no obra sobre los individuos sino sobre una población. Para que la variante de un carácter se fije y predomine sobre otra es necesario no sólo que se herede sino que su frecuencia aumente, lo cual es más probable que se extienda en una población pequeña. Darwin deja sentado este principio por lo pronto en los animales gregarios, que es el caso de nuestros chimpancés.


El objeto de la selección natural es diferente para los pangenetistas que para la teoría sistémica del desarrollo que propone como unidad de selección el ciclo completo del desarrollo y no los genes. Por más darwinista que se declare Richard Dawkins, El gen egoísta contradice al propio Darwin en lo más profundo y también al mayor consenso evolucionista de hoy que formula que para que se fije una nueva mutación es necesario que ocurra en una población y, como ya digo arriba, con mayores probabilidades si esta población es pequeña.


El lenguaje ha hecho que no dependamos de un protosistema de señalización como lo puede ser el de los chimpancés o el de las hormigas. Pero, ¿se podrá llamar lenguaje a las señales químicas que emplean las abejas para comunicarse? La respuesta es sencilla: no se trata de un sistema de signos, es decir, una señal no tiene referencia a ningún objeto o situación sino a una acción a realizarse. Señales que están supeditadas a la inmediatez de situaciones a las que hay que reaccionar. Por otro lado, el palo que instrumenta el chimpancé para extraer termitas de un tronco es una extensión de su brazo pero no una representación. Dejémoslo pues como protolenguaje. La instrumentalización, hoy llamada mediación, extiende la motricidad, la percepción y el lenguaje. La imprenta sigue siendo sin duda el invento decisivo de la humanidad. Supuso una extensión del lenguaje en el tiempo y en el espacio, y con ello el de la memoria y otro montón de consecuencias. El caballo fue una extensión de las piernas humanas y redujo distancias y tiempos. Ahora son los automóviles y los aviones. Pero estos instrumentos, así como por ejemplo las telecomunicaciones, no han cambiado sustancialmente la comunicación, sólo le han impreso velocidad. Para alzar el vuelo o enviar un mensaje seguimos apoyándonos en el lenguaje escrito.


Aquí surgió otro concepto, el de comunicación, que retomaré más adelante para diferenciarlo de lenguaje y de interacción.


Lo que hasta aquí se lleva escrito plantearía el asunto de si el lenguaje ha hecho al Homo sapiens una especie que hereda cada vez menos esquemas motrices y los tenga que aprender. Lo que hereda es más bien la capacidad de adquirirlos y la enseñanza se encarga de que se adquieran. Pero en las primeras etapas del desarrollo humano la imitación poco tiene que ver con la enseñanza. Lo que queda claro es que en la especie humana lo aprendido adquiere primacía sobre lo innato. La acrobacia de muchos simios que vemos en el zoológico requeriría en humanos años de entrenamiento olímpico.



Innato y aprendido

A propósito del debate entre lo innato y lo aprendido, Konrad Lorenz tiene un librito —¡muy importante que sea pequeño!—, Evolución y modificación de la conducta, donde da un ejemplo espeluznante de una conducta complejísima y que no puede explicarse más que como filogenéticamente heredada. Se trata del vencejo, pájaro insectívoro parecido a la golondrina, criado en una cueva angosta en la que no puede extender ni levantar o bajar sus alas, en la que no puede enfocar visualmente nada por la cercanía de las paredes, y que sin embargo prueba estar en perfectas condiciones de vuelo y caza en cuanto abandona la cavidad del nido: supera en su primer vuelo la resistencia y las bolsas de aire, los remolinos, el aterrizaje y reconoce su presa. A lo que Lorenz añade: “La sola descripción de los computadores innatos de distancia exigiría libros de texto enteros de estereometría, y la de las respuestas y las actividades de vuelo requeriría otros tantos tratados relativos a la aerodinámica”.
A Lorenz se le ha criticado de innatista. Pero llega a afirmar radicalmente que “con respecto a la conducta, lo innato es no sólo lo que no es aprendido sino lo que debe de existir antes de todo aprendizaje individual con objeto de hacer posible el aprendizaje”. Digamos que desde la etología (estudio del comportamiento animal) de Lorenz, el lenguaje tendría una base biológica innata filogenética y que se desarrollaría en la ontogenia de acuerdo con la cultura en la que esté inserto el individuo.
¿Qué aporta la etología a la explicación sobre el origen de la evolución o, más propiamente dicho, el origen de la diversidad de las especies? Contra la idea de que la morfología y la conducta actual de una especie responde a lo que el medio permite entre las posibilidades que el genoma arroja (es decir, la idea antiadaptacionista de la selección natural de que el organismo propone y el ambiente dispone), Lorenz muestra cómo conductas complejísimas y altamente ritualizadas son agrupamientos de esquemas motrices de especies antecesoras y que actualmente gran parte de ellas se ejercen sin función alguna. Ello lo muestran claramente, entre otras, las conductas altamente ritualizadas previas a la copulación y a la de caza en muchas especies. Un ejemplo a la mano y doméstico es el del gato que aun estando bien alimentado necesita ritualizar la caza con un animal muerto o un objeto, al que acecha, ataca y lo lleva a guardar.
La contribución más importante de este librito de Lorenz es el haber destacado la importancia del estudio de la conducta, concretamente las unidades estructurales y funcionales que rigen las pautas motoras, como método más preciso para establecer el parentesco entre las especies. Después de todo, en el estudio comparativo que se hace entre los distintos grupos taxonómicos con el fin de establecer una clasificación filogenética, resulta que las características de comportamiento son más estables en el tiempo, o cambian con menor rapidez, que las características morfológicas.La etología incluye como conducta al lenguaje. Esta concepción del lenguaje como extensión de la conducta motriz, un grito diferencial como evitación del contacto o invitación al cortejo, por ejemplo, es retomado por Humberto Maturana y Francisco Varela, biólogo y neurofisiólogo respectivamente, en El árbol del conocimiento: las bases biológicas del entendimiento humano. Ellos conciben al lenguaje como una extensión de la conducta y confían en fundar la respuesta a qué es el lenguaje en la siguiente correlación, no del todo satisfactoria: que el sistema nervioso expande la conducta significa que el sistema nervioso surge en la historia filogenética de los seres vivos como un tejido de células que acopla puntos de las superficies sensoriales con puntos en las superficies motoras. Este acoplamiento está mediado por una red de neuronas que en el desarrollo amplía el campo de las posibles correlaciones sensomotoras del organismo y expande el dominio de la conducta. Mendel conoció los trabajos de Darwin, pero éste no conoció los de aquél. Según los evolucionistas, si Darwin hubiera conocido a Mendel habría resuelto muchas preguntas que deja abiertas en El origen de las especies. Sin embargo, los presupuestos seguirían intactos: los que mencionamos arriba, descendencia con modificación por selección natural. Y uno que habíamos olvidado: todas las especies tienen un ancestro común. Esto último es cuestionable si le damos al azar más oportunidades para el origen de la vida.
Uno de los dogmas centrales de la biología molecular sostiene que las mutaciones se dan al azar. Podríamos jugar un poco a la ciencia ficción y darle cierta concesión al adaptacionismo, incluso al adaptacionismo lamarkiano, y proponer hipotéticamente que algunas mutaciones son inducidas por cambios en la conducta o nuevos usos de ciertas estructuras, y claro, tendríamos que suponer —¿por qué no?— que estas mutaciones son transmitidas a las células germinales. Hoy existe mucha literatura respecto de mutaciones inducidas por conducta. Se podrían agregar las de nuevos usos de viejas estructuras. Que al fin y al cabo lo que caracteriza la explicación científica es que ofrece predictibilidad y entonces el azar parecería revelar una incapacidad científica de predecir y controlar ciertos fenómenos que se explican más cómodamente mediante aproximaciones estadísticas y probabilísticas (ejemplo evidente: la meteorología). La interpretación de esta contraposición entre predictibilidad y aleatoriedad desemboca en que la primera termina generando explicaciones más causalmente deterministas, y la segunda termina resultando un comodín para lo inexplicable.

Lenguaje y comunicación
Los humanos nos diferenciamos de los demás animales en que el lenguaje ha permitido la interacción hacia formas cada vez más complejas y al mismo tiempo más simplificadas de comunicación, que, por cierto, prescinden del lenguaje y de lo que es más difícil aun de aceptar: de los individuos o, para entendernos con los sociólogos culturalistas, de los sujetos. En esta proposición tan escandalosa se hace necesario no sólo distinguir, o no confundir, lenguaje y comunicación, cosa sobre la que ha insistido Niklas Luhmann en toda su obra, especialmente La sociedad de la sociedad.
Para la teoría de los sistemas sociales, el lenguaje no es un instrumento para la comunicación. El que el lenguaje haya posibilitado la división cooperativa del trabajo es uno de los tantos condicionantes para la emergencia de los sistemas sociales que se rigen por la comunicación pero que con el tiempo funcionan con independencia de las acciones de los individuos. Para explicar esto, Luhmann ha extrapolado la teoría de la evolución a la evolución de los sistemas sociales como sistemas de comunicación. La comunicación no es aquí lenguaje, mejor dicho, la comunicación no está hecha de lenguaje. Lo ilustraré con el siguiente ejemplo.
Imagine lector que usted sube a un autobús. Paga al conductor. No hay contacto visual ni saludos. El conductor le entrega su boleto y usted pasa a sentarse. Pregunto, ¿qué tipo de comunicación hubo entre usted pasajero y el conductor? Los que hemos pasado por las aulas de alguna escuela de comunicación estamos condicionados a balbucear que hubo una comunicación no verbal, tal vez corporal. Sin entrar en detalles de por qué las conciencias conforman el entorno de los sistemas sociales, será suficiente partir de la hipótesis de que si pudiéramos tener acceso a otras conciencias, eso bastaría para imposibilitar la comunicación. Afortunadamente la tara de la comunicación corporal o no verbal ha sido resuelta desde la teoría sistémica de la comunicación que postula que cualquier intersubjetividad entre individuos no pasa de ser una mera situación de interacción. En el caso del autobús, usted y el chofer participaron en ese momento de un sistema de comunicación denominado economía y utilizaron la forma de pago a través de un medio de comunicación que es el dinero. Cuando los sistemas de comunicación son atribuidos a la intersubjetividad se vuelven ininteligibles, no así si se explican desde la teoría evolutiva, específicamente de la teoría evolutiva de la comunicación, que tiene una gran deuda con Darwin. Hace siglos, una operación de intercambio era muy complicada. Un granjero que quería hacer trueque de sus gallinas por trigo que cultivaba su vecino, debía todas la veces negociar, discutir, pelear si era necesario, y finalmente llegar a un acuerdo de cuánto trigo correspondía a cada gallina. Había una alta dependencia del lenguaje. Los precios han condensado toda esta interacción a través de un medio de comunicación, el dinero, y que además permite que a través de un sistema de comunicación, la economía, la interacción fluya con mayor facilidad y, así, haga posible que se enlacen otras operaciones de comunicación.
La escritura existe hace milenios pero no así la imprenta. Salvo unos pocos, la Biblia —el primer libro impreso— nadie la podía leer hasta que surgió la imprenta. La moneda no era de uso tan corriente como hoy. La extinción del trueque no se dio con la aparición de la moneda. Fue muy posterior, incluso en los mercados de las periferias de la ciudades hasta entrado el Renacimiento, aún se practicaba el trueque.
En las teorías de la comunicación, todavía en boga en las academias, se confunde comunicación con interacción y, para mayor infortunio de la propia teoría, con la percepción. En este último caso, si vemos un árbol, el árbol nos puede significar y por lo tanto algo nos comunica. Esquizofrenias como ésta se derivan del viejo esquema de reciprocidad emisor-receptor, a la que todavía nos aferramos y que en la hipótesis de la percepción como comunicación la convertimos además en un esquema de sentido unilateral: árbol (emisor) — yo (receptor), donde el árbol transmite información sin que uno pueda responder como no fuera con un gesto esquizofrénico bajo los efectos de un psicodisléptico. También se habla de intracomunicación (la conciencia consigo misma, lo que equivale a otra esquizofrenia) y también de comunicación trascendental, por ejemplo, la comunicación con Dios a través de la oración, la cual ya se trata de una esquizofrenia socialmente aceptada.
Darwin no pudo decir mucho sobre el lenguaje, tampoco sobre cómo se origina una especie —no variedad, ni raza— a partir de otra. Sí dejó muchos datos que respondieron a medias sus preguntas que tomando en cuenta el estado del arte de la biología, fueron profundamente intuitivas y son retomadas constantemente en la revisión de nuevos presupuestos de la teoría de la evolución.
Lo que sí hizo Darwin —y esto atañe estrictamente al lenguaje— fue poner en jaque de manera definitiva a la semántica teológica que tanto ruido causaba a los infatigables naturalistas que un imperio con excedentes de capital podía diseminar por los mares y continentes. Con todo, hoy por hoy, los evolucionistas difícilmente se sustraen al lastre de la semántica teológica. Progreso y perfección son palabras que no se han proscrito del todo del vocabulario evolucionista. Habrá incluso que dejar claro que la diferenciación y especialización de estructuras no necesariamente se traduce como una adquisición de mayor complejidad, como tampoco serviría para una mejor adaptación al entorno. La evolución transforma la baja probabilidad de la novedad, esto es, de la variación, en una alta probabilidad de la preservación. Esto es una reformulación de la pregunta sobre cómo es posible que a pesar de la ley de la entropía surja su contraparte, la entalpía (negentropía). Resolver esto parecería más una tarea de los físicos que de los biólogos, no así de los teólogos.
La evolución no es una presentación histórica de eventos además de que no se puede entender bajo la idea de progreso sino de transformación. Las teorías de la evolución ofrecen la adquisición opcional de complejidad pero no de perfección. La evolución no es el efecto de una máquina programada, en todo caso el de una máquina de la contingencia que se deja determinar por el estado inmediatamente anterior alcanzado; esto debido al abanico casi inestimable de posibilidades y de imposibilidades. Un teólogo embaucador del diseño inteligente estará tentado a ordenar los eventos inesperados, esto es, los que hacen aparición sin relación con un acontecer regularizado, y presentárnoslos como un entramado causal previamente planificado.
La semántica evolucionista impregnada de la teológica ha llegado hasta la sobremesa. Se pregunta siempre qué fue primero, el huevo o la gallina. Según la teoría sistémica del desarrollo, la gallina no es más que la manera que tiene el huevo de hacer otro huevo, así como el huevo es la manera que tiene la gallina de hacer otra gallina. Pero en realidad para la evolución, eso de que qué fue primero no representa aporía alguna. El huevo ya existía antes de que existiera la primera ave. Existió en los reptiles a partir de los cuales se diferenciaron las aves, cuando las escamas se convierten en plumas, no cuando emprenden el vuelo pues los pterosauros fueron reptiles voladores y anteriores a cualquier ave.
José Javier Coz

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